CREENCIA EN LA MISMA IDEA (Urraca)

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 Cuando se desea entender a un hombre, la vida de un hombre, se procura ante todo, averiguar cuáles son sus ideas. “Ideas de un hombre”: con esta expresión podemos referirnos a un sin número de cosas muy diferentes. Por ejemplo, los pensamientos que se dan ante él acerca de una cosa o de la otra, los que se le ocurren al prójimo y él adopta (conciente o inconscientemente),  posteriormente estos se repiten en su comportamiento.

Estos pensamientos pueden poseer diferentes escalones, grados o definiciones de verdad. Este fruto de tan “predilectas verdades” nacen de la vertiente hallada en la idea misma y encuentran dentro de sí, una incomparable vía de realización hacia la definición del hombre, como ser único e indispensable dentro de la naturaleza y vida misma en cualquier tipo de hábitat o grupo social.

No hay vida humana que no esté constituida por ciertas creencias básicas. En cualquier momento de la vida misma, el hombre tiene que luchar con algo –consigo o contra el mundo mismo-. Sin embargo, ese mundo y ese “sí mismo” con el que el hombre se encuentra, aparecen ya ante él bajo la especie de una interpretación de “ideas” sobre el mundo y sobre sí mismo.

Estas ideas básicas, -que alguna vez se convierte en creencia- no surgen en un momento preciso o definido de nuestra vida, no llegamos a ellas por un acto particular de pensar o deducir; es decir, no son pensamientos precisos u ocurrencias que se logran en ocasiones por medio de una secuencia lógica, a la cual la psicología define como razonamiento.

Todo lo contrario: estas ideas o creencias constituyen el norte de nuestra vida, y por eso cada una de éstas son únicas, tienen un carácter preciso y particular, cada una en sí misma y en relación con el hombre. Cabe resaltar que, no son ideas que tenemos o se nos ocurren, sino ideas que somos.
Cuando una idea misma, toma forma y fuerza al punto de convertirse en creencia, refuerza el concepto de “idea que somos”. Incluso en ocasiones, llegando a este punto, se confunde para nosotros dicha creencia con la realidad misma, se convierte en nuestro mundo y en parte de nuestro ser, y por lo tanto pierden totalmente el carácter de ideas o pensamientos nuestros y que posiblemente podrían muy bien, no habérsenos ocurrido.

Cuando se ha caido en cuenta sobre la diferencia existente entre idea y creencia, aparece entonces claramente, el diverso e importante papel que cada una de éstas desarrolla en nuestra vida. Con las creencias propiamente no hacemos nada, sino que estamos en ellas. Caso omiso, ocurre con las ideas, las cuales elaboramos, trabajamos y damos forma hasta convertirlas en un concreto, en una esencia, en una estructura, en una creencia.

Según lo anterior, hay  ideas que nos encontramos e ideas en que nos encontramos, que parecen estar ahí antes de que nos ocupemos en pensar. Lo que sorprende a veces, es que a unas y a otras indistintamente se les llame ideas. Esta rotulación que se da a través del nombre es lo único que nos impide distinguir dos cosas tan distintas y cuya diferencia resalta de forma clara ante nosotros y por la cual, no se da la debida importancia a cada uno de estos términos: creencias e ideas.

Entre nosotros y nuestras ideas hay siempre una distancia infranqueable: la que va de lo real a lo imaginario. En cambio, con nuestras creencias estamos inseparablemente unidos. Por eso cabe decir que las somos. Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre el cual se siembra, se recoge, en el que todo acontece. Porque éstas nos ponen delante de lo que para nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual y psíquica, depende de cuál sea el sistema y la lógica de nuestras creencias inmediatas. En éstas, vivimos, nos movemos y somos. Por esto mismo, no solemos tener  conciencia expresa de ellas en toda su totalidad, éstas actúan latentes en nosotros, como una implicación directa en cuanto a lo que somos, hacemos o pensamos. Cuando creemos de verdad en algo, no tenemos la “idea” de ese algo, sino que simplemente contamos con éste. Por el contrario, las ideas, es decir, los pensamientos que tenemos o suponemos sobre las cosas, –sean propios o ajenos- no poseen en nuestra vida un valor de realidad. Actúan en ella directamente como un pensamiento nuestro y sólo como tal.
Esto significa que, nuestra “vida intelectual” es en algún modo, una vida secundaria respecto a nuestra vida real o auténtica, y representa a ésta sólo una dimensión virtual o imaginaria.


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